Un estreno a lo grande
València inaugura un recinto que cambia las reglas del juego. El Roig Arena, el nuevo pabellón multifuncional impulsado por Juan Roig, abre con músculo: 14 conciertos con entradas agotadas antes del primer espectáculo y el 75% del total de tickets puestos a la venta para su primer año ya vendidos. No es un estreno, es una declaración de intenciones.
El proyecto ha supuesto una inversión privada de 400 millones de euros, de los que 365 millones se han destinado a levantar el edificio. El resto se ha orientado a la logística, aparcamiento y la creación de la escuela pública Les Arts. Sobre el papel, la cifra ya impresiona; en la práctica, coloca a la ciudad en el mapa de los grandes recintos europeos de nueva generación, con una propuesta que no depende del presupuesto público.
La operativa ha arrancado con la apertura de su zona de restauración, calentando motores para el primer concierto, ‘Bravo, Nino’, el sábado 6 de septiembre de 2025. Será un tributo coral a Nino Bravo —20 artistas en escena—, el valenciano que marcó a generaciones con su pop barroco y sus baladas. La organización busca un guiño claro: estrenar el pabellón celebrando a un icono local con proyección nacional.
Arquitectónicamente, la firma es reconocible. El diseño corre a cargo de HOK y el estudio valenciano ERRE, un tándem que apuesta por la versatilidad: un gran “bowl” capaz de acoger hasta 20.000 personas en modo concierto, 15.600 en configuración de baloncesto, un auditorio de hasta 2.000 butacas y varias salas de menor formato para eventos más íntimos. La idea es sencilla: que un mismo edificio funcione igual de bien para un musical, un torneo, una convención o un show televisivo.
La ubicación, junto a la histórica Fonteta, consolida el distrito deportivo de Quatre Carreres y facilita el relevo natural de Valencia Basket, que ya tiene casa nueva. Con gradas pensadas para reconfigurarse en pocas horas, un anillo de servicios que no obliga a perderse el evento para comer o ir al baño y una operación de carga y descarga concebida para rotaciones rápidas, la promesa es clara: menos fricción, más espectáculo.
La agenda confirma el tirón. Entre septiembre de 2025 y septiembre de 2026, el recinto tiene cerrados 70 conciertos y espectáculos de entretenimiento, 70 eventos corporativos y cerca de 60 partidos oficiales de Valencia Basket, tanto del primer equipo masculino como del femenino, con la Copa del Rey incluida. El dato llamativo: el día de apertura ya había 14 carteles de “sold out”.
El director general, Víctor Sendra, no se esconde: este pabellón quiere jugar en primera. “El Arena es un ejemplo de la aportación de Juan Roig a la sociedad y aspira a estar entre los grandes recintos de Europa y del mundo”, señaló. Ambición no falta, y la caja de esta primera temporada lo avala.
Calendario, economía y ciudad
Más allá del estreno, el calendario dibuja el tipo de plaza que quiere ser este pabellón. En lo musical, el cartel mezcla estrellas latinas con pop urbano y grandes producciones. Camilo actuará el 12 de septiembre de 2025 (desde 30 euros), y ya figuran Quevedo (2 de octubre) y Anuel AA (28 de noviembre). La apuesta es clara: artistas capaces de llenar un aforo de 20.000 y, además, atraer público de fuera de la provincia.
En lo deportivo, Valencia Basket inaugura etapa. El primer partido oficial del equipo masculino en la nueva cancha será el 3 de octubre frente a Virtus Bolonia (Jornada 2 de la Euroliga). El femenino jugará el 12 de octubre ante IDK Euskotren (Jornada 2 de la Liga Femenina Endesa). El cambio no es sólo de dirección postal: con 15.600 espectadores en modo basket, la experiencia de partido entra en otra liga, y el club gana margen para fidelizar y crecer en ingresos día de partido.
Los números de impacto económico también son contundentes. La dirección estima más de un millón de visitantes el primer año y un impulso de 150 millones de euros anuales a la economía local. A esto se suman unos 100 empleos fijos asociados a la operativa del recinto y alrededor de 400 puestos vinculados a eventos —desde montadores hasta acomodación, restauración y seguridad—. Una industria que no sólo crea trabajo, también genera actividad para hoteles, taxis, restaurantes y comercios del entorno.
El modelo de gestión nace con mirada internacional. Reservar una fecha no es cruzar correos durante semanas: el recinto busca ofrecer la profesionalización que exigen las grandes giras, con respuesta rápida, espacios versátiles y una logística sin sorpresas. Por eso, además del “bowl” principal, el auditorio para 2.000 personas permite programar ciclos acústicos, congresos, proyecciones o formatos de humor que requieren cercanía, mientras las salas pequeñas cubren presentaciones, ruedas de prensa o sesiones B2B.
¿Qué pasa con la convivencia en la ciudad? Mover a 15.000 o 20.000 personas en un margen de dos o tres horas es el gran reto de cualquier recinto de esta escala. La propiedad ha previsto aparcamiento propio y, según explican, la coordinación con los servicios municipales para ajustar transporte público y circulación en días de evento. La prueba de fuego llegará con la sucesión de partidos de Euroliga y los fines de semana de conciertos, donde la rotación es máxima. Si la movilidad fluye, el recinto ganará punto a punto credibilidad entre promotores y público.
Otro factor a tener en cuenta es el calendario de la ciudad. València lleva años apostando por grandes citas —desde carreras de élite hasta festivales— y necesitaba un recinto cubierto que no obligara a mirar siempre a otras capitales. WiZink Center en Madrid o el Palau Sant Jordi en Barcelona han marcado el estándar. Con este pabellón, la tercera ciudad de España entra de lleno en ese circuito, con una capacidad que compite de tú a tú y una agenda que ya no suena a promesa, sino a contratos firmados.
La arquitectura también responde a una tendencia clara: lugares que son algo más que un pabellón de eventos. Comer sin perder el espectáculo, conectividad total para el móvil, atención a la acústica, accesibilidad real —circulaciones amplias, rampas, asientos adaptados bien ubicados— y zonas premium que suman ingresos sin castigar la visibilidad del público general. Son detalles que, cuando funcionan, el usuario no nota. Pero son los que explican por qué te apetece volver.
El componente social del proyecto no es menor. La inversión incluye la escuela pública Les Arts y áreas de servicio que se integran en el barrio, en línea con otras iniciativas impulsadas por Juan Roig en València. El mensaje de fondo es conocido: reinversión del beneficio privado en proyectos de impacto local. En este caso, además, con un activo físico que quedará décadas al servicio del deporte y la cultura.
En el corto plazo, la clave es sostener el ritmo. Un arranque con 14 llenos es una foto potente, pero lo que hace grande a un recinto es la regularidad: que cada semana pasen cosas, que las grandes giras internacionales se sientan en casa y que los equipos conviertan su cancha en un fortín. La mezcla de 70 conciertos, 70 eventos corporativos y casi 60 partidos va justo en esa dirección, porque diversifica públicos y reduce la dependencia de una sola fuente de ingresos.
Para la ciudad, el efecto arrastre se notará en métricas simples: pernoctaciones, ocupación hostelera los días de evento, taxis y VTC, y movimiento en el comercio de proximidad. Si el calendario mantiene el pulso, València tendrá más fines de semana de “no hay camas”, y no sólo por Fallas o por grandes regatas. En el sector, ese es el termómetro real de que un recinto ha entrado en el mapa.
Queda por ver la evolución de precios, otro punto delicado. Arrancar con entradas desde 30 euros para una estrella latina como Camilo abre el abanico a familias y público joven, y puede marcar un estándar interesante para el público local. La sostenibilidad pasa por llenar, pero también por no expulsar a quien quiere repetir. Si el equilibrio se mantiene, el círculo virtuoso se alimenta solo: más asistencia, más bar, más merchandising, más cartel.
El último apunte lo da el vestuario: el 3 de octubre, Euroliga, balón al aire. En el nuevo hogar, la grada marcará el volumen y el equipo pondrá el tono. Si el Roig Arena se convierte en sinónimo de noches grandes y buena acústica, València no sólo ganará un edificio. Ganará un lugar al que la gente quiera volver, con la agenda en la mano.